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Burbujas de Absolut mandarine (Estallando desde el oceano)


Burbujas de Absolut mandarine (Estallando desde el oceano)


El aire de mar es el souvenir que Crónico guarda entre sus manos cuando emprende la retirada a la ciudad luego de pasar días de emociones en Monte Hermoso. Un obsequio de sus amigos para esas noches de soledad que en la ciudad abundan. La excusa perfecta para abandonar el estudio, el trabajo, la monotonía de las tardes grises y poder volver unos días de relajo y reencuentro con sus amistades.


Esos viajes relámpago anuncian que todo quedó atrás. El tiempo se ralentiza. La vida ordinaria deja su lugar y es ocupada por ese reflejó que devuelve o pretende devolver el reflejo del mar. 

Era fines de marzo, un buen momento para ir a la costa del Atlántico Sur, Crónico se bajó del colectivo en la terminal y se acercó hasta la baulera. El acompañante del chofer le pidió el comprobante para retirar su mochila. Revisó en el bolsillo trasero del pantalón, lo encontró junto a unos billetes abollados. 

─ ¿Cuál es tu mochila?, preguntó el acompañante.
─Es la azul y gris. Señaló con el dedo de la mano izquierda mientras le daba el bollo con la otra.
Su madre lo estaba esperando.
Para llegar a la casa hay tres opciones: La rápida, la turística y la elegante. La primera consiste en doblar a la derecha en la avenida de la entrada, tomar la calle de tierra seis cuadras y después de subir cuatro lomas hasta llegar a la bajada de calle Costa.
La segunda es más larga, transitada y sinuosa. Un paseo que recorre aproximadamente veinte cuadras para llegar a la rambla que bordea la ciudad.
La última nunca la tomó.
Esa mañana su madre entendió que mejor sería dar el paseo. 
Su mehari lo estaba esperando. El frente del auto apuntaba sus faros en dirección a la maruca, ese día estaba calmada. Con su hermano “El Tintas” lo habían bautizado “La Naranja Mecánica”. Carrocería de fibra, motor Citroën 3cv del año ’74, dos cilindros, refrigerado por aire, dos puertas que abren hacia arriba como el Delorean y unas llaves de utilería. Desde su restauración arranca con un disyuntor que recuerda el botón rojo de la Rusia Soviética.

Prohibido fumar dice la calcomanía pegada debajo de la palanca de cambios. Crónico apoyó en la guantera un paquete rectangular de un Marlboro de diez recién abierto y puso la mano en la bocha de la palanca. Sin estéreo imaginó qué música pondría esos días.
Nada de canciones literales como esos posteos textuales de la red: frase, video, libre interpretación. Su cuna fueron restos de un mehari, no; nativa tropieza un trago caliente quema su sol; no está mal que bailes desnuda sobre el agua del mar, menos. Ni definitivamente quizás, ni viajes playeros con aliados; lo artesanal estaba en todos los muros. Mi familia, mis amigos, el perro y el sol; que bien sonaba, pero “El Tintas” se lo dijo claro, para qué querés un perro en un departamento, solo y sin sol en dos meses se deprime y empieza a drogarse. Vamos a morir de polisemia le decía siempre Vicky.

Apretó el botón y el auto arrancó.
Elegir qué camino tomar es una idea del origen de los tiempos. Escalar los doscientos setenta y ocho escalones del faro y ver el pueblo desde las alturas; subir las dunas y tirarse en tabla de un médano; bordear la costa, juntar aire, y visitar a sus amigos y amigas. Por las dudas soltó el embriague y enfiló hacia el mar.
Por una falla en el carburador el motor se apaga y se prende. Volvió a apretar el embriague, puso segunda, el auto corcoveó y prendió.

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