El silencio es una ficción
Crónico sacó un tabaco, disfruta ese
momento cuando la brisa se lleva el humo y llega a los que no están, a los que
dejaron sus huellas, una manera de recordarlos. Esa calada lo despertó, empezó
a caminar, frenó la vista en un charco. Se le aparecieron ideas, se bloqueaba,
más ideas, imágenes, una tras otra, sin cortes, ese efecto de la dopamina, el
equilibrio de la serotonina, los neurotransmisores. Los psicofármacos como una
cárcel, un alimento para los humanos de este siglo, ser tu propio jefe, tu
propio esclavo. El cuerpo le tiembla y lo endurece.
Pudo frenar su mente en una imagen.
Aquella epifanía después de un show de Peces Raros. En un departamento a
oscuras. Por la ventana entreabierta del balcón, llegaba el humo de un
cigarrillo apoyado sobre un cenicero de vidrio que reflejaba el microestadio de
un club en el Carrefour de la esquina.
Su amigo Brass Lucky con tono de crooner cantó, mientras rasgueaba la criolla
La Floresta de Santiago Moraes Transeúntes “dónde están mis amigos, se quedaron
en la arena”. Último aliento. Fin del tema. Silencio en la calle Las Casas. Se
escuchaban las chicharras. Sorbió un trago de cerveza.
- Cocinar, garchar y disfrutar del
buen sonido son las tres cosas que me alejan de la muerte —le dijo Lucky.
Esa noche la pibita le prestó su
cama de Boca, mañana estreno “La canción del cuerpo humano” —le dijo.
Brass Lucky, su hermano, Brass
Santy, El Tintas y Crónico, se conocieron de
niños porque sus padres trabajaron juntos.
Pasó un rato, el viento despejaba
las nubes, mentales y las reales, dejaba ver
algunos rayos de la puesta del sol cayendo hacia el oeste.
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